viernes, 20 de julio de 2012

El dolor de la conquista

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  2. Quito-Ecuador Los templos aborígenes y las reales mansiones
    (incahuasis), no eran minas inagotables de metales preciosos.
    Pronto quedaron exhaustas y en ruinas. Los conquistadores se
    lanzaron entonces al saqueo de los pueblos: ciudades y villas
    fueron arrasadas y los hogares nativos profanados. Se inicia,
    por codicia, la matanza del pueblo indio, y el mayor genocidio
    que ha registrado la historia. Benalcázar, no encontrando
    indio alguno en el Quinche, "sin otro motivo que la cólera de
    no hallar riquezas donde ponían los pies", mandó matar a todos
    los niños y mujeres de ese pueblo.

    Por otra parte, a raíz de la ejecución de Atahualpa, se
    propaló insistentemente entre los conquistadores el rumor que
    los indios, sabedores de la tremenda traición y en venganza
    por las depredaciones sistemáticas ejecutadas por aquellos,
    resolvieron ocultar el oro y la plata. Esta versión enfureció
    a los españoles. Recurrieron, en represalia, al martirio de
    los jefes indios para arrancarles datos sobre la ocultación de
    tesoros. Al realizar este sádico designio de los
    conquistadores descubrieron con asombro el estoicismo de los
    indios, su capacidad para encarar el dolor, su impasibilidad
    para soportar el suplicio, su valor para enfrentarse a la
    muerte. "A unos quemaron a fuego lento -dice el historiador
    González Suárez-, a otros les cortaban las orejas, si no las
    narices, las manos y los pies. Amarraron a muchos de dos en
    dos por las espaldas y, así amarrados, los ahogaron en el
    Machángara, precipitándolos desde las peñas por donde se
    complacían verlos bajar dando botes, rodando hasta el agua.
    Por varias ocasiones encerraron a muchos en casa y les pegaron, prendieron
    fuego, haciéndoles morir dentro abrasados". Con crueldad que
    repugna fueron ajusticiados por no revelar el lugar en donde
    se encontraban ocultos los tesoros. Rumiñahui, Zapozopangui,
    Quingalumba, Rzo-Razo, Nina y otros dirigentes indígenas
    fueron torturados brutalmente.

    No lejos de Quito, les dijo un indio a los conquistadores,
    existe un monarca que, para ofrecer sacrificios al Sol,
    "acostumbraba a cubrirse todo el cuerpo de oro en polvo,
    enviscándose para ello, de pies a cabeza de trementina". Se
    trataba de El Dorado, rey de un país donde existía el oro en
    ingentes cantidades. Leyendas como ésta venían a angustiar la
    excitada mente del conquistador. Y tras la búsqueda de este
    país maravilloso pero utópico (verdadero sueño de fantasía y
    riqueza ) se echaba el conquistador a inciertas aventuras,
    "con espuelas de calzonerexo, escopetas y espadas... una vela
    de cera, a media; una cajita con unas cuentas de rosario; y un
    libro de arte de bien morir". Muchas veces a cambio de su
    quimera encontró el conquistador la muerte en el páramo
    inclemente o en la oscura y pútrida manigua , o bien,
    descubrió nuevas tierras que incorporó a los ya vastos
    dominios de España. Cumpliéndose en esta forma, sin plan
    alguno, como en ararebato de locura, la expansiónan geográfica
    de la temeraria empresa conquistadora.

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